Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar y Gabo
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El Imparcial

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“Las cartas del Boom” o la amistad de cuatro geniales escritores latinoamericanos

La obra recopila 207 cartas que los cuatro destacados autores latinoamericanos se enviaron entre 1955 y 2012.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

“¿Qué es el boom sino la más extraordinaria toma de conciencia por parte del pueblo latinoamericano de una parte de su propia identidad?”

Julio Cortázar

La reciente publicación de “Las cartas del Boom”, cuyos protagonistas y autores son Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, da cuenta de cómo es tan importante para los estudiosos y para muchos lectores un tipo de textos como este, pues representa una joya fina, cuyo tejido convoca múltiples lecturas: desde la crítica y la historia literaria latinoamericana como mundial, así como el de llenar vacíos biográficos e históricos. Desde la crítica literaria y la historia literaria, aporta nuevas luces y llena vacíos que ninguna otra obra antes había facilitado.

Revela, así mismo, revivir a estos autores en sus relaciones a través del género epistolar, sobre todo, por la profunda amistad personal y literaria entre ellos, a pesar de las posteriores diferencias políticas, presentadas luego de la revolución cubana.

El libro surge del esfuerzo realizado por los editores Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, conocidos, entre otros, el primero, por ser autor de “La ciudad y los peros. Biografía de una novela”; Martin, autor de la biografía “autorizada” por García Márquez y otra biografía sobre Miguel Asturias, entre otros textos. Munguía, mexicano, editó una recopilación de escritos sobre Vargas Llosa y es escritor, mientras que Wong Campos participó con Munguía en una edición sobre Vargas Llosa y ha revisado las ediciones de Conversación en la catedral de Vargas Llosa, así como por tener una destacada labor en Casa de las Américas.

“Las cartas del Boom” podría ser leída desde varios ángulos: desde lo biográfico y la relación de profundo de amor y amistad entre estos cuatro escritores latinoamericanos; por los aportes y crecimiento entre estos mismos narradores en la revisión de sus propias obras; desde lo historiográfico y cómo aporta cada uno a la historia literaria de su contexto nacional, latinoamericano y mundial;  desde lo político y cómo el contexto hispanoamericano y  universal los transforma sin enemistarse, con la cual fluye la comprensión.

La “Introducción” de los cuatro editores coincide en número con los cuatro escritores elegidos (aunque realmente no sea tan importante), y contribuye en darnos un contexto histórico y literario. “Este es un libro histórico”, indican, y los es. “Será leído mientras exista y se estudie la literatura latinoamericana”, demostrando también una autoconciencia autoelogiosa con lo que se advierte la necesaria necesidad que existía si no se hubieran publicado estos textos. Faltaría agregar también lo relevante que sería publicar las muchas cartas de otros escritores de la época, y estos intercambios con los cuatro novelistas ahora editados. Labor enjundiosa de por sí, difícil, pero ojalá se pueda. Pero para el caso que nos compete, los editores advierten que esos cuatro escritores hacen parte de “una orquesta de decenas de miembros notables, un cuarteto que no reemplaza ni desplaza a la orquesta completa de la novela y la literatura latinoamericanas”.

¿Qué fue en sí el Boom literario latinoamericano? Fue un cambio de perspectivas artísticas y culturales, que conllevó también una transformación editorial que comenzó en Latinoamérica y se reafirmó en Europa, cuyo impacto cultural  revolucionó las esferas intelectuales y  sociales y, de alguna manera, políticas, en el que participaron autores jóvenes, entre los años 60 y 70, a partir de una narrativa novedosa, experimental, vanguardista, cuya cosmovisión y paradigmas cambiaron los patrones tradicionales de escritura e interpretación literaria de Latinoamérica y el mundo, pues, según la historiadora y crítica Jean Franco estos narradores negaban “identificarse con narraciones rurales o anacrónicas, como la novela de la tierra”. El impacto de estas obras sobrepasó los límites de esta zona y del mundo, pues las traducciones abrieron nuevas puertas. 

Su contexto es el de un mundo en que la Guerra Fría imperaba, los conflictos de Vietnam comenzaban, se construye el Muro de Berlín, se persiguen con más ahínco a negros y homosexuales y se da la revolución cubana, entre otros. Es un orbe que gira al borde de la navaja política y económica.

Desde lo literario, entre 1953 y 1955 ya habían aparecido Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier, Juan Rulfo El llano en llamas y Pedro Páramo y Augusto Roa Bastos El trueno entre las hojas, Los adioses de Juan Carlos Onetti, y Borges ya había publicado los textos por los que sería reconocido a partir de los años 60, inicialmente desde Francia. Obviamente, ninguno de ellos conmocionaría el teatro de las publicaciones y su propio reconocimiento entonces, pues el Boom nació en Europa, por las ediciones que partieron de allí, así como por la acogida que se les brindó inicialmente a Vargas Llosa con La ciudad y los perros, en 1962, y La casa verde, en 1966; Rayuela, de Cortázar, en 1963, en América Latina. Ya Fuentes había publicado La región más transparente en 1959, La muerte de Artemio Cruz y Aura, en 1962. Y quien más fuerza impele la mirada sobre estas nuevas obras es Cien años de soledad, de 1967.

¿Pero cómo se conocieron los cuatro amigos? A través de estas 207 cartas, se descubre que Carlos Fuentes, en 1955, le solicita a Cortázar un texto para publicarlo en la Revista Mexicana de Literatura, de la cual era director. Fuentes contaba apenas con 27 años y había publicado el cuentario Los días enmascarados; Cortázar con 41, y ya había editado en 1951 Bestiario y se hallaba en París desde una fecha cercana. Por su parte, allí mismo, Vargas Llosa conoce a Cortázar. Fuentes a García Márquez en 1961 y a Vargas Llosa en 1962, y ambos en Ciudad de México, mientras que Cortázar a García Márquez en 1968, en París. Vargas Llosa, en tanto, lee en francés El coronel no tiene quien le escriba, y en 1966 comienza con GGM el intercambio epistolar. Más tarde, con la aparición de La casa verde y Los cachorros, y de Cien años de soledad, se abrazaron en Caracas por primera vez, en 1967. De un inicial “mi querido”, pasaron a “hermano” o “hermanazo”. O “Frate et magister” o “magíster magnífico”, de Fuentes a García Márquez, cuando saluda las primeras 70 páginas de “Cien años de soledad”, enviada por el escritor colombiano. Y de este al mexicano: “Muchacho Fuentes” o “Maester querido”.

Gabo y Vargas Llosa

Los aportes del libro: lo historiográfico

Si bien existe un sinnúmero de textos sobre el boom de latinoamericano, quizá de los más importantes se encuentran los muy iniciales de los mismos integrantes, de sus amigos o de integrantes posteriores: Fuentes: “La gran novela latinoamericana” (1969), “Historia personal del Boom” (1972), de José Donoso, de Vargas Llosa sobre el autor de Macondo: “Gabriel García Márquez: Historia de un deicidio” (1971) y, entre los críticos, “El boom de la novela latinoamericana” (1972), de Emir Rodríguez Monegal o su posterior “Narradores de esta América”. Saltando muchos libros y artículos, muchos debates y polémicas posteriores, una de esas investigaciones más importantes es “Aquellos años del Boom. García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo”, del español  Xavi Ayén, quien recibió premio por este libro, y que, leyéndolo paralelamente con “Las cartas del Boom”, permitirían una lectura más enriquecedora de este último.

El aporte historiográfico de “Las cartas del Boom” se fundamenta en los silencios que vienen a llenar desde la propia historia literaria de Latinoamérica en el siglo XX las comunicaciones de estos insignes escritores. Con esos textos, los autores gritan hacia el mundo lo que antes se encontraba sotto voce, pues convienen en desnudar unas relaciones que se sabía que existían, pero ahora adquieren una voz plena. Se habían publicado fragmentos de cartas y telegramas, como los que recoge Ayén, pero esta vez, por investigaciones acuciosas en los archivos de la Universidad de Princeton (Fuentes y Vargas Llosa), García Márquez (U. de Texas), Cortázar (U. de Poitiers) y el de Vargas Llosa en Barranco.

Estas cartas y los textos reeditados, permiten nuevos avances, recontextualizaciones, reinterpretaciones, así como encontrar nuevas dimensiones personales, hermenéuticas, conceptuales y procedimentales, de modo que,  al releer la narrativa de estos escritores, se encontrará un mundo textual más relacional a través de las influencias recibidas entre sí   y la de los otros, a través de sus elogios o comentarios críticos, merced a ese diálogo con los demás escritores latinoamericanos como Donoso y caribeños como Alejo Carpentier y Severo Sarduy, entre otros. Se puede re-trazar desde allí nuevos procesos históricos y revisar en los lectores los supuestos en que estaban fundamentadas anteriores concepciones.

Aportes críticos

Otro elemento relevante es el crítico: ¿qué importancia tuvo Cortázar en la escritura de Vargas Llosa o Fuentes? ¿Cómo aportaron cada uno a los textos de sus compañeros de ruta? ¿Cómo puede el crítico o el historiador literario leer de nuevo estas obras gracias a los aportes entre ellos? Leamos lo que indica Carlos Fuentes sobre la obra maestra de García Márquez: “Tus primeras 70 cuartillas de Cien años de soledad son magistrales, y el que diga o insinúe lo contrario es un hijo de la chingada que deberá responder a los sangrientos puñales de largo alcance del joven escritor gótico C. Fuentes. Kafka, Faulkner, Borges, Mark Twain: con y todas esas páginas, querido Gabriel, ingresas al no main’s land de esas grandezas y esas compañías”.

Y en una entrevista, Fuentes amplió, antes de la publicación de la novela: “García Márquez está instalado en los viejos reinos vegetales de Gallegos y Rivera solo para liberarlos de ese peso muerto y reintegrarlos a la imaginación con un humor, una belleza, una auténtica compasión”. Cuando es editada, los elogios serán más desmesurados.

Y acerca de los comentarios críticos y la influencia entre ellos mismos, en otra carta de Fuentes a GGM, le expresa: “Cortázar se está leyendo “Cambio de piel” y tiemblo como gelatina”. Lo primero, sería comparar los análisis de Cortázar y el borrador enviado por Vargas Llosa o Fuentes, para lo cual puede resultar muy difícil para muchos esas consultas en los archivos de esas instituciones mencionadas antes, aunque todo eso debe contarse como probabilidades que los investigadores o las instituciones donde laboran cuenten con su apoyo.

Sirven las cartas también para comentar sobre ellos mismos: como cuando Fuentes le escribe a Cortázar: “¿Viste la estupenda comparación que hace Octavio [Paz] de los lenguajes de Lezama, del tuyo y del mío?”. Ellos son unos lectores avisados, siempre al día, y siempre compartiendo lecturas y disquisiciones. Finalicemos con el elogio de Cortázar a Alejo Carpentier a “Los pasos perdidos” o “El siglo de las luces”, y reconociendo su maestría. No obstante, Cortázar se da cuenta, de que el texto analítico de Fuentes “La nueva novela latinoamericana” contribuye a poner al escritor cubano en su lugar, pues “ocurre que inmediatamente uno piensa en cualquiera de los mejores novelistas actuales…menos en Carpentier”, porque el cubano es “un maravilloso caso de anacronismo literario”. No solo es autorreconocimiento, cultura e inteligencia crítica, sino saber ubicar dónde se encuentran estos novedosos escritores del Boom.

Uno de los proyectos de estos cuatro escritores era escribir una serie de novelas sobre los dictadores latinoamericanos de sus respectivos países, agregando en su propuesta otros escritores latinoamericanos. Ya para 1966, cuando García Márquez ya había enviado “Cien años de soledad” a Buenos Aires, está pensando en ello: “De modo que mi problema ahora es el siguiente mamotreto: la novela del dictador, que ya me quema los dedos”. Y más adelante, cuenta detalles a Vargas Llosa: “Creo que será mi novela más difícil. No sé si te dije que es el largo monólogo de un dictador de 120 años, sordo y completamente gagá […] Quiero ver hasta dónde es posible convertir en relato poético la infinita crueldad, la arbitrariedad delirante y la tremenda soledad de este ejemplar bárbaro de la mitología latinoamericana”. Quizá esta es la mejor síntesis crítica a que se puede llegar con “El otoño del patriarca”, anticipándose nueve años a su edición.

Solo verán la luz definitiva “El otoño del patriarca”, “Yo el Supremo”, de Roa Bastos, y “La fiesta del Chivo” de Vargas Llosa, aunque fuese mucho más con Leonidas Trujillo, de República Dominicana, y no Sánchez Cerro.

Dos comentarios relevantes, que no se pueden escapar y quedarse en los anaqueles, son los que García Márquez y Cortázar entregan sobre Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante: dice el colombiano en diciembre de 1967: “Leí Tres tristes tigres. Pocas veces me he divertido tanto como en la primera parte, pero luego se me desarmó todo, se me volvió más ingenioso que inteligente, y al final quedé sin saber qué era lo que me quería contar. Cabrera, con sus estupendas dotes de escritor, está, sin embargo, descalibrado.

Y Cortázar coincidirá con García Márquez en un comentario en mayo de 1967 sobre la novelas de Cabrera Infante, cuando escribe a Carlos Fuentes así: “Acabo de leer ‘Tres tristes tigres’. Curioso libro, lleno de cosas magníficas, pero totalmente fracasado como estructura novelesca, como libro. El ingenio es el peor enemigo del talento a veces, y en este caso Cabrera no ha podido resistir el casi infernal ingenio que lo habita” (p. 220).

 

Vargas Llosa, Fuentes y Gabo

La política, siempre la política

Pero estos cuatro escritores, inmersos en las situaciones de sus países, Latinoamérica y las Antillas, especialmente Cuba, no están exentos de sus ideologías, de sus perspectivas. Ya de por sí, tomar a dictadores como personaje para sus obras literarias, remiten al diálogo de la política con la literatura. Inicialmente, y el más entregado a la Revolución cubana es Cortázar. No dejará de criticar a los funcionarios adheridos “torcidamente” al radicalismo de la revolución, mientras sostiene diálogos y tiras y jalas con los funcionarios culturales más importantes: Roberto Fernández Retamar, Haydée Santamaría, Carpentier, Pablo Armando Fernández. García Márquez, ya para 1967, se contaba como amigo de la revolución cubana, pero una de las frases más elocuentes de su todavía no aceptación completa de esta fue esta: “Si los amigos cubanos se van a convertir en nuestros policías, se van a llevar, al menos, por mi parte, una buena mandada a la mierda”. Cosa que después resultaría inexplicable públicamente, pero que, en estas cartas eran todavía un secreto.

Es sabida la adhesión final de Cortázar y de García Márquez a la revolución cubana, y de la amistad del colombiano con Fidel Castro. Es el mundo, para los cuatro, de los apoyos a causas izquierdistas o derechistas. Es también la época de las separaciones maritales de Vargas Llosa y Cortázar y de nuevas relaciones. Es el tiempo de las clases en las universidades de Estados Unidos de Vargas Llosa y Fuentes, y de la renuencia de García Márquez y Cortázar a encuentros con escritores y foros de intelectuales. Atrás, quedaban para Fuentes y García Márquez la escritura de guiones, en búsqueda de estabilizar sus recursos financieros. Ya pueden vivir de los derechos de autor.

Los textos complementarios y el fin del Boom

Los años 70 todavía recuerdan a los cuatro escritores en comunicaciones constantes, viajando de México a Europa (España, Francia, Inglaterra), apoyando las luchas sindicalistas, los apoyos a trabajadores de Bolivia y Chile, apoyando todo lo que estuviera en contra de la libertad. Cartas vienen, cartas van. Son textos de autocomprensión política, en los que las revistas mexicanas, especialmente, sirven de mamparas para mostrar las luchas entre bastidores: no le publica a Cortázar en una revista mexicana. La separación política ya no es inminente: ahora es clara. Pero la amistad subyace.

A las cartas se agregan algunos apéndices publicados en otros libros o revistas, como aquellos de Mario Vargas Llosa dedicados a “Rayuela”, al Macondo de “Cien años de soledad”, los de García Márquez dedicados Cortázar o Carlos Fuentes, o los de este a Cortázar, o dos entrevistas: una a Cortázar, García Márquez y Fuentes, y una de Vargas Llosa a Cortázar, que nos deleitan e informan. Finalmente, se editan unos documentos de solidaridad y declaraciones de estos escritores latinoamericanos y del mundo, que apoyaban las causas de sus colegas o de trabajadores en Latinoamérica, o a Cuba. Contribuyen a darnos una perspectiva mucho más amplia del tiempo y la historia por la que discurrieron todos ellos.

¿Cuándo termina el Boom? Siguiendo a los editores de este libro, indican que, en 1975, con la publicación de “Terra Nostra”, de Fuentes, y “El otoño del patriarca”, de GGM. Es la época de las dictaduras en Chile, Argentina y Uruguay. Y al año siguiente, se culpa también el golpe que Vargas Llosa le propinó a García Márquez en 1976, cerrando el lado humano de estos dos escritores. Las cartas llegan menos, y las llamadas telefónicas entran aún más. Hasta llegar al Nobel de García Márquez, con lo cual sus dos amigos le escriben telegramas felicitándolo. Todavía no terminará la amistad, hasta después del Nobel a Vargas Llosa, en 2012.

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